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Iran 1

Rumbo a Mongolia… en 125

Julia es una intrépida motera y aventurera que se ha propuesto realizar un viaje en moto, nada más y nada menos , que de Madrid a Ulan Bator ¡en una Honda CBF 125! Esta es la tercera entrega de sus aventuras.. y desventuras

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Redaccion Moto1pro
Julia Elvira del Olmo
Foto
J. E. del Olmo
Fecha20/08/2018
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Julia Elvira del Olmo
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J. E. del Olmo

fecha20/08/2018


Desde Persépolis sigue nuestra ruta. Ahora volvemos a poner rumbo al norte del país para seguir nuestro camino a Mongolia. Desde la antigua capital del imperio persa nos esperan días y días de sol sobre la moto.
Atravesamos un desierto para llegar a Yazd, ciudad por la que también pasó Marco Polo en sus viajes por la Ruta de la Seda. Pero con esto no hemos superado la zona de calor, aún nos faltan muchos kilómetros por desiertos inhabitados.
Ya en la ciudad de Mashad nos despedimos de Irán, país en el que hemos pasado un mes y medio recorriendo sus zonas más interesantes y, sobretodo, conociendo la cultura persa y su hospitalidad. Sin duda nos vamos maravillados y enamorados de un país que hemos disfrutado y que consideramos un destino ideal para recorrer en moto.

5 días de incomodidad

Nuestro siguiente país, Turkmenistán, es todo un reto pues tenemos un visado de transito de 5 días para atravesar todo el territorio, además se nos ha asignado una frontera de entrada y otra de salida. El país está ubicado en su mayor parte en el desierto de Karakum y sabemos que nos tocará acampar en medio de la nada. Eso implica cargar comida y agua por lo que pueda pasar. Nada más cruzar la frontera nos encontramos con 35 kilómetros en los que no podemos ni parar ni tomar fotos, y decenas de cámaras de seguridad y torres de vigilancia se encargan de que así sea. Hasta que llegamos a la capital, Ashgabat, una ciudad construida en blanco y dorado, no tenemos permitido detenernos. No sabíamos nada de la ciudad por lo que la imagen que nos encontramos nos sorprende muchísimo. La ciudad parece sacada de una película, con grandes esculturas y monumentos, avenidas enormes pero sin gente, una ciudad construida con mármol, diseñada para impactar y mostrar grandeza. Pero todo parece un decorado, como si solo hubiera sido construida para sorprender al visitante sin pensar en vivir en ella. Las más modernas pantallas de LED anuncian productos al aire pues nadie camina por las aceras. Las imágenes del presidente llenan las calles, todo al más puro estilo autoritario. Nos llama especialmente la atención una en la que aparece con unos cachorros en brazos que encaja perfectamente con el aire de irrealidad de la ciudad. Pero las dificultades para encontrar alojamiento nos llevan de nuevo a la carretera.

Empezamos a atravesar otro desierto. Las temperaturas han subido y estamos en la carretera con 47 grados. La sensación es de haber entrado en un horno. El viento abrasa y la boca se nos queda seca tan pronto terminamos de beber agua.
Entre la capital y la frontera por la que debemos salir no hay nada. Kilómetros y kilómetros de desierto. Sí observamos algunas señales que marcan la dirección a algunas poblaciones pero hasta donde alcanza la vista solo vemos arena. El único atractivo en este recorrido lo encontramos a la mitad del camino, se trata del cráter de Darwaza. Este cráter de gas fue descubierto por los rusos en los años 70 mientras buscaban petróleo en la zona. Los gases nocivos que empezó a expulsar empujaron a los científicos a incendiar el pozo creyendo que se extinguiría en unos 4 años.

Nada más lejos de la realidad, 40 años después este cráter, ahora conocido como la Puerta al Infierno, es uno de los mayores atractivos del país. Es impresionante, sin duda, encontrar un enorme cráter ardiendo en medio del desierto. A medida que atardece y va desapareciendo la luz solar se amplía la luz que emana del cráter que se va haciendo cada vez más intensa y naranja, tanto que no hace falta ningún tipo de linterna para moverse por la zona, el gran foco de luz candente es más que suficiente.

uzbe

Seguimos la ruta por un desierto en el que llegamos a atravesar más de 200 kilómetros sin ver ni una gasolinera, ni un restaurante o tienda, ni una sombra. Hasta que por fin llegamos a Konye-Urgench, la última población antes de cruzar a Uzbekistán. El calor y el hecho de que todo el mundo nos cobre el doble por ser extranjeros hacen que tengamos ganas de salir del país, no nos sentimos bienvenidos en aquellas tierras tan hostiles. Llegamos a la ciudad algo tarde, y tras visitar unos antiguos mausoleos nos ponemos a buscar alojamiento. En el único hotel de la ciudad nos dicen que están cerrados, intentamos pagar por una ducha a unos vecinos pero nos piden 10$. Cuando ya parecía que no encontraríamos ni ducha ni cama conocemos a Merdan, un adolescente que nos invita a pasar la noche en su casa con su familia y de esa forma se convierte en nuestro salvador. Gracias a él y a la hospitalidad de su familia podemos reconciliarnos con Turkmenistán, un país que nos sorprendió pero donde no nos sentimos bienvenidos hasta el último día.

Nos preparamos para cruzar hacia Uzbekistán. Este es uno de los países más míticos de la Ruta de la Seda y las ganas de descubrirlo nos mantienen a la expectativa. Lo primero que nos encontramos fue que el calor no nos abandona y que continuamos en un paisaje desértico donde constantemente necesitamos parar la moto para beber agua. Además, en contra de lo que pensábamos, las carreteras son un desastre y parece que nadie las arregla desde la época soviética.

Las ciudades de Jiva, Bujara y Samarcanda son los grandes atractivos del país. En ellas aún se mantienen edificios de la época de Marco Polo y es fácil imaginar a las caravanas llegando a descansar a estas ciudades, realizar sus intercambios, contarse las aventuras y desventuras vividas en el desierto.

La hospitalidad de los uzbekos nos sorprende por inesperada y es que cada vez que paramos a descansar algún vecino se acerca a ofrecernos un té y un lugar donde dormir un rato a la sombra antes de continuar. Las muestras de bienvenida son continuas y ayudan a olvidar el intenso calor.

Mientras viajamos de una ciudad a otra nos cruzamos continuamente con campos de algodón, la materia prima más importante del país. Aunque las historias de estos campos tienen una cara muy amarga pues la población es forzada a trabajar en ellos durante la recolecta a cambio de un salario bajísimo y, además, el regadío del algodón es el principal causante de la desaparición de todo un ecosistema, el Mar de Aral, una de las grandes catástrofes ambientales de la historia.
El gran problema del país, además del calor, es la gasolina. Nos encontramos con que la única que se vende es de 80 octanos y no es la ideal para nuestro motor, algo que se nota cuando la moto debe hacer algún esfuerzo, y podemos notar el ruido metálico que produce.
Nuestra última parada antes de salir del país es Samarcanda. La ciudad nos deja un poco decepcionados pues ha perdido parte de su autenticidad y naturalidad y nos reitera en la idea de que lo mejor de Uzbekistán es su gente.

Ponemos rumbo a Tayikistán y empezamos a subir, primero laderas y luego montañas que hacen que el clima cambie y vuelva a ser un placer ir en la moto. Por fin dejamos atrás el paisaje desértico y las montañas nos rodean con algunos picos incluso nevados. La carretera hasta la capital está en muy buen estado y disfrutamos enormemente la ruta.
Desde Dusambe planeamos el recorrido por el país a través de la carretera del Pamir, una de las carreteras a mayor altitud del mundo, la segunda para ser exactos.

La mayor parte no está asfaltada por lo que cambiamos la rueda trasera y ponemos una de taco, preparándonos para lo que nos espera.
A 70 kilómetros de Dusambe, ya camino del Pamir sufrimos un accidente con la moto. Un coche delante nuestro frena de golpe y por mucho que intentamos frenar chocamos con él. El resultado es una muñeca rota (Julia) y varios puntos en el costado (Gonzalo), además de unas horas recorriendo varias casas del terror, que aquí llaman hospitales.